Mientras Barranquilla enfrenta pobreza y desempleo, la política se refugia en los clubes cerrados del poder.
El reciente allanamiento a la mansión del ministro Armando Benedetti en el exclusivo condominio Lagos de Caujaral reveló más que un simple operativo judicial: mostró el rostro real de una élite desconectada del país que dice representar.
El lujo como símbolo de distancia
Lagos de Caujaral no es solo un conjunto residencial: es un microcosmos del poder político costeño. Allí viven empresarios, excongresistas y altos funcionarios, lejos del ruido, el calor y los problemas de la gente común.
Mientras tanto, los barrios populares padecen cortes de agua, inseguridad y desempleo estructural.
El mensaje es claro: los privilegios del poder se pagan con la desconexión social.
El costo político del desprestigio
El caso Benedetti golpea la credibilidad de un gobierno que prometió luchar contra la corrupción y acercarse al pueblo.
Cada vez que un dirigente se ve envuelto en escándalos de lujo y favores, la confianza ciudadana se erosiona.
La gente se pregunta con razón: ¿a quién representan realmente?
En el Atlántico, donde la brecha social es inmensa, estos casos hieren más porque simbolizan un sistema cerrado, donde los mismos se reparten los cargos y los contratos.
Renovar la política o seguir hundidos
El país necesita líderes que vivan de cara al pueblo, no de espaldas a él. Que recorran los barrios, que escuchen, que rindan cuentas. No más mansiones, no más privilegios financiados con impuestos.
Si la política en el Atlántico no se limpia de raíz, la desconfianza seguirá creciendo.
Y cuando la gente deja de creer en las instituciones, el populismo y el crimen organizado llenan el vacío.
Lagos de Caujaral se convirtió en símbolo de todo lo que Colombia debe cambiar.

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